«Más vale malo conocido que bueno por conocer” Si este dicho popular fuera cierto… seguiríamos viviendo en la Edad Media. Además, cuando las cosas se ponen difíciles no nos queda otra alternativa que cambiar. Y lo que no evoluciona, se estanca.
Desde que empecé con 15 años a interesarme por la psicología y el desarrollo personal, lo que más me llamaba la curiosidad era el tema del cambio: cómo lograr que las cosas, las personas y las sociedades cambien, incluso cuando el cambio parece imposible.
¿Por qué cuesta tanto cambiar?
¿Cómo las personas cambian?
La neurociencia* ha demostrado que tenemos 2 cerebros:
el racional y el emocional.
El racional es lento, lógico, reflexivo y estratégico.
El emocional es rápido, intuitivo, visceral, impulsivo.
Mientras que nuestro cerebro racional quiere aprovechar bien el tiempo y llevar una vida sana, el cerebro emocional quiere tumbarse en el sofá a pierna suelta y darse un atracón de comida rápida.
La Neurociencia ha demostrado que tenemos 2 cerebros: racional y emocional
Yo soy una persona predominantemente lógica y mental.
Desde niño he sido muy curioso, me ha gustado aprender, entender las cosas, descubrir cómo funciona el mundo, la naturaleza, las sociedades, cuáles son los fundamentos de la economía y la psicología.
La parte positiva de las personas que somos más mentales es que de manera natural se nos da bien abstraer conceptos, analizar la información, relacionar ideas, sacar conclusiones y ver el marco general de las cosas. Sin embargo, la parte negativa es nuestra tendencia a pensar demasiado, darle demasiadas vueltas a las cosas y caer en «parálisis por análisis”.
Hace 7 años, cuando monté mi consulta privada de coaching personal y psicología, asesoraba a mis consultantes haciendo uso de mi “gran poder lógico, analítico y mental”. Les ayudaba a entender su situación y ver con más claridad lo que no les estaba funcionando. Y la verdad es que sí salían de mi consulta siendo más reflexivos y entendiendo mejor lo que les sucedía. Sin embargo, aunque algunos de ellos “comprendían” mejor lo que les sucedía y se sentían más tranquilos, no estaban llevando a cabo muchos cambios a la práctica, ¿Por qué?
Con el tiempo empecé a descubrir que las personas no cambian sólo con lógica, sino con emoción. Casi todos los fumadores “saben” que fumar es malo, sin embargo “desean” seguir fumando.
Saber que hay que cambiar no es suficiente, ¡es necesario sentirlo, desearlo, vivir la emoción del cambio!
Por otro lado, también existe el problema contrario. He visto a muchos profesionales del coaching y la psicología que logran lo contrario que yo: levantan pasiones, son grandes motivadores y emocionan a su público. Entonces aparece el “efecto droga”, al principio sienten un subidón de emociones, desatan sus pasiones y se sienten muy motivados a cambiar. Después de haber vivido muchas emociones salen muy contentos, alegres y hablando maravillas a los demás sobre lo que han experimentando.
Al igual que el drogadicto, bajo los efectos de las drogas o el alcohol, la persona motivada siente esa euforia de creerse de repente diferente y superior. Sin embargo, una vez que se pasa el efecto de la “droga emocional” llega la depresión. Sin entender bien su situación, sin saber exactamente hacia dónde ir ni qué pasos tienen específicos tienen que dar para cambiar, aparece el “síndrome del drogadicto”: acaban emocionalmente peor que antes.
Conclusión, es necesario que tanto la lógica y la emoción vayan de la mano para lograr activar el cambio.
Puedes ser un padre «lógico» que da buenas recomendaciones a su hijo, pero si no logras tocarle la fibra sensible emocional, tu hijo tendrá comprensión sin motivación. Sabrá lo que tiene que hacer, pero no hará nada.
Por otro lado, si te sientes muy motivado a cambiar pero no te conoces a ti mismo, no te das cuenta de cómo eres, no tienes un plan para hacer cambios prácticos, llevar a cabo pasos específicos, ni sabes crear nuevos hábitos eficaces… tendrás mucha pasión, pero te faltará dirección.
La pasión sin dirección lleva a la perdición.
La comprensión sin emoción lleva a la inacción.
Si eres jefe, responsable de un equipo y quieres que tus trabajadores cambien, tienes que llegar a ellos desde la lógica y la emoción: tienen que tener directrices claras de cómo hacer las cosas y tienen que sentirse motivados para cambiar.
La lógica y la emoción tienen que ir unidas para que se active el cambio, como el ying y el yang.
Pasión sin cabeza lleva a las personas a actuar visceralmente y cometer graves errores, por ejemplo, en su vida afectiva (tener relaciones sexuales de riesgo, cometer infidelidades) o en sus finanzas (gastar impulsivamente, realizar malas inversiones….).
Estar enamorado es lo más importante para vivir feliz en pareja, pero sólo un estilo de vida bien estructurado permitirá que esta bonita emoción perdure muchos años.
Para vivir una vida equilibrada, hay que ahorrar, pero también saber gastar bien el dinero en actividades que te hacen sentir y vivir la vida.
Por otro lado, ser una “cabeza”, te vuelve una persona insegura, llena de miedos, demasiado analítica. Te te pasa la vida pensando, vives sin vivir.
Para tener una mente equilibrada, hay que tener mucho autocontrol y buenos hábitos. Claro que hay que tener momentos para aprender, reflexionar y desarrollarse intelectualmente, pero también hay que dedicar tiempo a vivir, a sentir, a experimentar el mundo, y así poder poner en práctica los conocimientos y las ideas.
Para activar el cambio, cerebro y corazón deben ir de la mano.
Las personas mentales son buenas creando ideas y estrategias.
Sin embargo, de dar tantas vueltas a las cosas pueden caer en la parálisis por análisis.
—
* Bibliografía Recomendada:
DANIEL KAHNEMAN, Pensar Rápido, Pensar Despacio.
CHIP Y DAN HEATH, Switch.
Deja tu comentario